gkojax meets rebloggers uptown
Desde ahí, por supuesto, primero la Diva:
Porque resulta inevitable ponerla, alegrarse la pupila, inspirarse con sólo el mero rostro, con la belleza, pues. Yo en realidad jamás me metí en esos debates de validar la fotografía, en su por qué y su para qué. A mí me late que cuando algo logra comunicar una verdadera sensación, algo que nos saque de lo estúpidamente cotidiano de nuestras viditas cíclicas y aburridas, ya valió la pena. Sea arte o no.
Más allá de rostros, hay algo que sí prefiero, esa vieja enseñanza que dice que una foto debe contarnos una historia, como supuestamente hacen los minicuentos, sólo que mejor. A mí, los minicuentos, nada de nada. Es como enfrentar el producto de un poeta que se sabe malo, pésimo y acaba por contar historias sin contarlas. Basura, pues, con perdón de Zárate (pero él escribe también novelas y cuentos largos, no como otros) y de todos esos twitteros con aspiraciones literarias.
Pero no vengo a pelearme con nadie, aunque no lo pueda evitar, sino a compartir dos fotos que cuentan historias... con japonesas, además:
Todavía no acaba la parte gráfica. Encontré una foto de Porcayo, en sus extrañas diversiones, sí, en la red, ya saben:
Y la pongo para a ver si ya deja de brincar ovejas y se pone a brincarle a La Langosta, porque la tiene descuidada, aunque yo sea corresponsable.
Para rematar esta nueva entrada, nada mejor que ¡otra japonesa con oso!
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