Algo Que Resaltar

Los árboles no necesitan a los hombres... Tiremos árboles y dejemos libros que hablen del hombre... O, en su defecto, un montón de chatarra ...

lunes, 29 de junio de 2009

EXCESIVO EXCESO

Porque siempre quiero ir un poquito más allá y a veces pasa que se le va a uno la vida en ahogarse en vasos de agua.

Pero no lo sé, o como diría Sabines, "no lo sé de cierto, lo supongo" que aparte de La Langosta (con la que no estoy peleado, que conste), existen estos espacios para esto, para postear lo que otros te rechazan.

Yo no entendía muy bien por qué los nuevos periódicos en línea mantenían blogs. Se me hacía estúpido, idiota, pero ahora lo entiendo. Los blogs en los periódicos son para que los pobres (en serio) periodistas que crean notas como si fueran necesidades fisiológicas (o vulgas descargas de desechos orgánicos), puedan publicar todos los que su empleador no acepta.

La Langosta no es mi empleador, sólo mi cuata, y viniendo de ella acepto hasta este rechazo. No por eso voy a dejar de postearlo aquí. A mí me gusta la rabia empleada y por ello entiendo las críticas.

Para no hacérselas larga, aquí va mi maravilloso trabajo que no apareció en La Langosta:


La nave de los zombys o un barco lleno de fresas idiotas

Ya sé, reconozco que del mismo Porcayo y su trauma con las naves y las máquinas de locos (título de su otro blog, del que sigo esperando resurrección), saco el título de esto.

Pero no sólo de ello, que conste, porque lo saco también de esas afortunadas (aunque no muy adecuadas) revelaciones que a uno le da la vida a cada momento, claro, cuando menos uno lo espera. Uno sólo pretende viajar, pero con esa estúpida máxima comercial que exige: idiotízalos en todo momento, nada queda a salvo. Casi ni la sanidad mental.

Resulta que durante un pasaje a cierto lugar, cuyo nombre no me voy a molestar en escribir, me encontré, de buenas a primeras en medio de una virtual infestación de zombys, y hablo más allá de los que me acompañaban en el susodicho transporte. Hablo de una estúpida película que me gritaba en los oídos y me impedía el sueño (la culpa es mía por no llevar mi MP3). La susodicha lleva por nombre Open water 2. Adrift y es de 2006, dirigida por Hans Horn y escrita por Adam Kreutner y Collin McMahon:



La cosa, ya de manera más detenida, es más o menos así: se trata de una película sobre un grupo de amigos "bonitos", de chicos "bien", en plena juventud que toman un video del recuerdo, en formato celular, para luego distanciarse por años y más años y al final reunirse para realizar: oh, gran sueño de zomby, una travesía en yate. En el elenco destaca el señor Eric Dane, sobre todo por su papel (puntilloso y envidiable por los besotes que le planta a "Little Grey") en Grey's Anatomy. Pero ese no fue el punto de contacto, tampoco la leyenda: basada en hechos reales, sino la molestia del maldito audio a todo volumen.



Me dispuse, tras gruñidos y malas palabras (¿hay buenas?, ¿o hay las que se ven buenas?) a mirarla, sobre todo seducido por un score que mínimo prometía una historia chafa a la altura de la mexicana "El triángulo de las Bermudas" (y aseguro que desde mis siete años de vida, no la he vuelto a ver). Me dispuse y me puse, en pocas palabras, pues, a verla. Y oh, gran revelación, si uno creía que sólo este asfixiante ambiente poblano generaba fresas idiotas y pagados de sí mismos, zombys en toda la extensión de la palabra, resulta que uno estaba del todo equivocado.

Y cuando escribo uno, no me refiero a ese gran conquistador bárbaro que arrasara con media Europa, sino a mí mismo y por extensión empática, a ustedes.

El rollo es que la película se desarrolla en los ámbitos del reencuentro y la nostalgia, al menos durante los primeros quince minutos. En ese réquiem por una juventud que se ha marchado y sólo nos deja memorias de tiempos mejores.

Hasta ahí, la película no causaba más que una especie de empatía en todo aquel que como yo, se aproxima de manera vertiginosa a la cuarentena. Réquiem por tiempos mejores... es una enfermedad muy humana. Lo nada humano y si muy fresa es lo que pasa después: al idiota capitán (al tal Eric Dane, cuyo nombre ficticio no recuerdo) le da por estacionarse, cual vil zomby, a mitad de la nada (léase, a mitad de carretera, del estacionamiento del mall, de cualquier estúpido lugar donde estorbe) para que sus pares gocen de las aguas. Todos, menos él y su ex-novia, esa traumada que le tiene miedo al agua y se la pasa protegiendo a su nueva cría (y única, una bebé como de 9 meses o algo así); para, luego de un arrebato romántico (en el que, como en Grey, el galán no puede aceptar la negativa de una mujer), lanzarse por estribor (o babor, quién le entiende a los marineros) con ella en brazos (con ella, que no soporta la idea del agua) y enfrentar los resultados de la estupidez colectiva: zombys por definición, acostumbrados a que papi les resuelva todo, jamás se molestaron en bajar escalerillas o escaleras propias de un yate; se lanzaron, como el Borras, a lo estúpido y, tras la zona de trauma agigantada en la ex de Dane, ahí rodeada sólo de agua, todo se vuelve drama de niño caprichoso O de niños idem. Drama que en sí mismo no sería tan terrible, de no ser por el curso de acciones que los implicados toman cuando se descubren irremediablemente aislados del yate.

Para no hacerla larga, lo único que sucede es un conflicto de idiotas que jamás han tenido (como diría Zárate describiendo las hazañas de Anne Rice) mayor aventura y conflicto que perder su tarjeta de crédito.

Una yunta de estúpidos que se extinguen entre sí, en una lucha por la supremacía del más consentido. En una serie de escenas que prometen más de lo que dan, cuando a Dane se le ocurre hacer una cuerda con trajes de baño, una que en virtual deja la idea de un trío de féminas (y otro de machos, pa las damas) a las que nunca enfocan sus partes nobles, pero a cambio, siguiendo el modelo de los 90's, sí enfocan la zona gluteosa de los varones. Detalles mínimos, intrascendentes, que se vuelven cosmos, cuando todo lo demás fracasa.

Todo aquello que la película consiguiera armar en los primeros minutos, desaparece pues, apabullado, aplastado por el peso de una lucha de ligas mayores entre egocéntricos que no saben de nada, más que del lucimiento en las grandes plazas comerciales. De un grupo de dependientes de un sistema paternalista que resuelve todo a la primera queja y queda representado en la película (no sé si consciente o inconscientemente) por una frustrada llamada celular.

El momento climático, queda representado por la confesión de Dane, de su espurio fingimiento: por muy chico bonito e inteligente, la realidad lo ha rebasado y ese paseo en yate no es más que su máscara extrema para mostrar a sus amigos todo eso que no es, pero sigue fingiendo ser.

La cinta tiene un atisbo de creatividad en el remate que deja en vilo (aunque precario) la realidad de las acciones emprendidas por la traumada ex novia de Dane. Una revisión, una enmienda endeble a la escena previa de desierto absoluto.

Si el dichoso largometraje se hubiera planteado como una mirada sarcástica o incisiva al desempeño zomby, sería una obra maestra. Así, como la dejaron, no es más que el testamento de un zomby mostrando el alcance de sus patéticos dramas.

A todo esto se preguntarán: ¿que fregados tiene que ver todo esto con la Langosta y sus temáticas? Nada, excepto reforzar nuestra campaña antizomby.

Y todavía podrían preguntarse: ¿y cuál es la moraleja de todo? Es simple: jamás olviden su MP3. Siempre recuerden: si a Gibson le parecía la quintaescencia tecnológica la existencia de los walkman, hablar de reproductores MP3, es hablar de la gloria.

Hasta la otra contrariedad o inspiración o lo que se presente primero.

Y si pueden, gocen más, antes de volver.

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